Cada día, al salir del trabajo por la tarde, para volver a casa tengo veinte minutos de trayecto en solitario. A veces voy charlando con mi chico o mi familia por teléfono, pero si hago el recorrido sin hablar con ellos, ese tiempo es para mí sola...
Aprecio mucho ese ratito de caminata en el que desconecto del ritmo del trabajo, el ruido de los clientes y estar en un local cerrado y con humo. En cambio, fuera, hay voces también, en la primera parte del camino, de la gente que camina con prisas, o que también disfrutan de su momento de asueto al haber cumplido con sus quehaceres. Luego paso por los parques y, si ya han salido los niños del colegio, los oigo reír y chillar alborozados mientras juegan, bajo la atenta mirada de su padre-madre-hermano-abuel@.
A continuación paso por un puente sobre el río, donde, en ocasiones, como hoy puedo observar algún pájaro bajando en vuelo rasante a beber.
Este paseo, sin prisas, a plena luz con un precioso paisaje montañés me resulta muy agradable. Luego, cuando vuelvo al trabajo no puedo fijarme tanto en estos detalles, pues estoy más pendiente de llegar puntual, aunque me gusta ir andando a los sitios en vez de ir en coche.
Hoy ha sido un día de bastante faena, así que tengo un poquito menos de tiempo para relajarme en casa, pero como ya he hecho los deberes de camino a ella, me siento descansada y con fuerzas para afrontar el segundo turno de mi jornada laboral.
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