lunes, 17 de octubre de 2011

La feria de San Ermengol y la Seo.

 

   Ayer, con motivo de la feria de la ropa que se celebra cada año en la Seo de Urgel, aprovechando que tenía la tarde libre cogí un autobús y bajé a hacerle una pequeña visita a la ciudad que me vio nacer, y donde crecí, estudié, me relacioné, trabajé y recorrí durante veintitrés años...






   Aquí fue donde aprendí a escribir: la escuela Pau Claris, asistí a clases de parvulario y también conocí a mi mejor amiga y a otras buenas amigas... Aunque éramos muy pequeños, tengo un bonito abanico de recuerdos. Nos sentábamos en el césped y comíamos hierba... que no la fumábamos, masticábamos chicles imaginarios de todos los sabores que se nos pasaban por la mente: plátano, fresa, tortilla, jamón... Me llevaba bien con todo el mundo y me encantaba. Una vez uno de los niños se enfadó conmigo y yo estaba tan triste que le dije a mi madre que no quería ir a clase porque no me hablaba un compañero, así que ella me acompañó y habló con la profesora, que hizo que el niño dijera que no estaba enfadado conmigo. Desde muy niña odiaba discutir con nadie, ni llevarme mal con la gente.


   Después fui yendo hacia la feria y en el paseo me encontré con el puesto de la pajarería donde mi padre compraba siempre sus canarios y nosotros hámsters y tortugas. Aquí también compré mi pareja de inseparables. Cuando llevaba unos cuantos minutos caminando empecé a encontrarme con más y más gente que me saludaban, como si los viera cada día. Me encanta esto de la Seo, el estar paseando y pararme a saludar, aquí en Andorra siempre se va con prisa, casi siempre que saludo a alguien es de pasada porque llego tarde al trabajo o tengo prisa por llegar a casa porque mi perra está sola y necesita salir. A pesar de llevar mi ritmo acelerado de andorrana, conseguí relajarme paseando entre el tumulto de gente que refrenaba mis prisas. Me encantó ver tantas caras conocidas, que hacía años que no veía. Me alegré al ver a muchas compañeras y compañeros del colegio que ya son padres y madres orgullosos. Aunque también me hizo escuchar a mi propio reloj biológico por unos momentos. La prueba de ello es que compré unos patuquitos monísimos de color fucsia, autoengañándome diciendo que lo hacía para regalárselo a la hija de unos amigos. Tuve que pedir mentalmente antes de comprar  una de esas adorables y suavecitas mantitas de bebé.

  Seguí paseando viendo los cambios que se han producido en la ciudad. Hay muchas cosas diferentes de cuando yo vivía allí.





   Pero el cambio más importante para mí, el que más me entristece, es que la casa en la que crecí está en obras. Antes era un enorme piso de cinco habitaciones con un pasillo enorme alargado que daba a la habitación de mi hermano y de mis padres. Un tercero en el que el sol entraba a raudales por la cocina, el salón y dos de las habitaciones. Ahora el dueño, cogerá cada piso y lo dividirá en dos apartamentos, pondrá un ascensor y reformará todo el edifico para ganar mucho más dinero. Ya sabía que ocurriría esto: mis padres fueron avisados y por eso se buscaron una casita cerca de la familia de mi padre, pero no puedo describir la sensación desoladora que es ver el hogar de tu infancia vacío de muebles cuando mis padres se preparaban para irse y posteriormente verlo así... Para mí es tan extraño estar en la calle bajo el balcón de mi casa, desde donde escuchaba a mi madre y mi abuela decir lo que había de comer cuando venía del colegio. Saber que mis hijos no harán nunca carreras por el pasillo donde las hacía yo con mi hermano y mis primos de pequeña. El mismo que recorría de noche cuando creía en vampiros para meterme a la cama con mis manos alrededor de la garganta, por si acaso. Para mí, estar en la Seo, sin poder ir a casa, es muy extraño, triste y duro. Supongo que por eso no voy más a menudo: no hay ningún sitio al que volver.


   Después pasé por mi antiguo insituto donde conocí a otros cuantos buenos amigos. Y donde descubrí que adoraba hacer teatro. Y donde me enamoré dos o tres veces, cogiendo la mayor parte de mi inspiración para escribir mis relatos. También aquí obtuve la oportunidad de ir un mes con una beca a Francia, donde aprendí mucho y visité París, Disneyland, Lille y Bruselas.

  A continuación, fui a dar una vuelta por donde solía pasear con mis perros: Morillo y Duna. Ya era de noche y hacía frío.




   Luego me fui a un pub a tomar un café con leche. Donde seguía estando uno de los dueños que, por supuesto, no me reconoció. Supongo que siete años hacen bien su trabajo. Estando allí me llamó mi chico que ya llegaba y fuimos a cenar.
  Pasé una tarde estupenda, llena de rostros conocidos, bonitos recuerdos y sentimientos encontrados.



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