Ésta es mi compañera de piso, mi amiga, la que me recibe siempre con sincera alegría. La que cuando hay un día que tardo más en llegar y, me ha echado de menos, coloca su cabecita sobre mi pierna para que le retribuya todas las caricias que no le hice durante el día.
Lleva siete años a mi lado: es juguetona, bravucona con los otros perros, pero les ladra porque les teme, cuando se alejan de ella, gime porque quiere jugar con ellos. Al único perro que quería mucho era al yorkshire que vivía en el chalet que hay frente a mi piso. Pero creo que el perrito murió, porque ya hace mucho que no lo veo. Quizá debería preguntarle a su dueña, pero me da pena que eso la entristezca...
Cuando estoy triste mi perrita capta mi estado de ánimo y me mira fijamente, y me da besitos para que me reponga. Cuando estoy alegre, mueve el rabo y celebra lo que sea conmigo. No importa que no entienda lo que me hace feliz, le importa que soy feliz.
Ella llena mis horas de soledad con su compañía. Cuando creo que estoy sola, me pone su cabecita bajo mi mano para que la acaricie.
Ella me eligió. Cuando estaba de vacaciones en Galicia, un día paseaba con mi ex pareja por una calle y pasamos por delante de una clínica veterinaria. Allí, en una jaula había una perrita muy pequeña. Junto a ella había una señora mayor diciéndole cosas, cuando se quedó fija mirándome y empezó a ladrar. Yo seguía a unos metros, mi ex se acercó y empezó a decirle cosas, pero ella seguía mirándome a mí, y no se calmó hasta que me acerqué a prestarle atención.
Cuando los perros escogen a sus dueños, surge una estupenda relación.
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