lunes, 28 de noviembre de 2011

Pongamos que hablo de Madrid.

-  Iremos a buscar mis títulos de la UNED y nos comeremos un bocata de calamares, que es lo típico de allí.
Primer depósito canal Isabel II

   Parecía una misión sencilla, pero se convirtió en una carrera contrarreloj y un estupendo paseo por el metro y la ciudad universitario de Madrid.
   Y es que contigo, amor, todo la rutinario se convierte en una aventura fantástica. Vemos situaciones divertidas en lo que a otras personas les supondría una pérdida de tiempo y un fastidio.


Estatua Bravo Murillo.






   Todo a tu alrededor birlla más, la gente es más amable, porque tú lo eres con ellos.

  Vemos urracas y te parecen unas aves demasiado hermosas para ser tan solo urracas. Si se lo pidieses, con tu encanto, seguramente desplegarían sus alas y se convertirían en pavos reales solo para tus bellos ojos azules

Facultad de Derecho de la UNED.


   Todos los conductores de autobús nos han ayudado a llegar a nuestro destino y, es que, resulta que no soy la única que se rinde ante tu sonrisa y tus afables modales.
    En las dependencias de la UNED y en ambas facultades, también se han desvivido para que obtuvieses los títulos y los certificados y supiéramos luego llegar hasta donde habíamos aparcado el coche en primer lugar. Je, je, en la Avenida Pablo Iglesias, ahora ya no se me olvidará.

Facultad de Psicología UNED.


   No sé si soy yo tu talismán de la suerte o tú eres el mío, pero contigo: los planes simpre salen bien.







domingo, 6 de noviembre de 2011

22 de marzo de 1997


   Querida mamá:
   ¡Felicidades! ¡Ya tienes 46 añitos! Muy bien llevados por cierto, (que conste que no es peloteo).
   Quiero que sepas que te quiero mucho y que me alegro de que tengamos tanta confianza la una en la otra. Que siempre te has portado muy bien conmigo y, aunque me hayan costado 16 años para entenderlo, siempre has querido lo mejor para mí. Me gustaría decirte que, aunque yo esté lejos, con mi perro claro, viviendo o estudiando, siempre te llevaré en mi corazón y en mi pensamiento y que acudiré a tu lado siempre que me necesites.
   La razón por la que no te he regalado nada material y te regalo esta carta es, porque sé que los verdaderos sentimientos es lo que más te gusta y porque quiero que la guardes siempre de recuerdo; para que cuando esté lejos o enfadada sepas que igualmente te quiero y te querré siempre porque, dicho de forma vulgar, lo has hecho muy bien conmigo:
-  Siempre has estado a mi lado cuando lo necesité.
-  Siempre intentas comprenderme y ayudarme.
-  Nunca te olvidas de mí y me pides siempre la opinión.
-  Porque tienes mucha confianza en mí.
-  Porque nunca te enfadas durante demasiado tiempo conmigo.
  
   Siento todas las veces que te he hecho daño y las malas contestaciones que a veces te doy, pero hay veces que no me entiendo ni yo.
   Gracias por escucharme y comprenderme y que sepas que cuando seas más, mucho más mayor y necesites ayuda, yo cuidaré de ti.
   TE QUIERE Y TE QUERRÁ SIEMPRE. TU HIJA.


LIDIA

viernes, 4 de noviembre de 2011

EL PUENTE DEL TROLL

EL PUENTE DEL TROLL



Terry Pratchett. Homenaje a Tolkien.



   El viento soplaba en las montañas y llenaba el aire de diminutos cristales de hielo.
   Hacía demasiado frío para nevar. Cuando el tiempo estaba así, los lobos bajaban a los pueblos y, en el corazón de los bosques los árboles explotaban al congelarse.
   Cuando hacía un tiempo así, la gente sensata permanecía en sus casas, frente al hogar, y se contaban historias sobre héroes.
 
  
   Eran un viejo caballo y un viejo jinete. El caballo parecía una tostadora envasada al vacío; el hombre tenía el aspecto de que el único motivo por el que no caía de la montura era que no podía reunir las fuerzas necesarias para ello. A pesar del cortante viento helado, sólo iba vestido con una corta falda de piel y un vendaje sucio en una rodilla.
   Se quitó una empapada colilla de los labios y la aplastó contra la otra mano.
-   Está bien, vamos a hacerlo- dijo.
-   Para ti es muy fácil - contestó el caballo - . Pero ¿y si tienes uno de tus ataques de vértigo? Y últimamente tienes la espalda fatal. ¿Cómo me sentiré si nos devoran porque tienes un tirón en la espalda en un mal momento?
-   Eso no pasará - aseguró el hombre.
   Se deslizó hasta las heladas piedras y sopló sobre sus dedos. Luego sacó del fardo una espada con un filo que parecía una sierra mal conservada y asestó unos mandobles en el aire con escasa convicción.
-  Todavía conservo mi viejo estilo - comentó.
   El hombre hizo una mueca y fue a apoyarse en un árbol.
-   Juraría que esta maldita espada está más pesada cada día.
-   Tendrías que volver a guardarla - le aconsejó el rocín - . Ya basta por hoy. ¡Hacer esas cosas a tu edad! No está bien.
   El hombre puso los ojos en blanco.
-   ¡Jodida subasta! Esto es lo que me pasa por comprar algo que le perteneció a un mago - maldijo, dirigiéndose al frío mundo en general -. Te miré los dientes y los cascos, pero no se me ocurrió escuchar.
-   ¿Quién crees que estaba pujando contra ti? - replicó el equino.
   Cohen el Bárbaro siguió apoyado en el árbol. No estaba totalmente seguro de poder volver a enderezarse.
-   Debes de tener muchos tesoros escondidos - supuso el caballo -. Podríamos ir hacia el Límite. ¿Qué te parece? Es bonito y hace calor. Un bonito y caluroso lugar, con una playa, ¿eh? ¿Qué me dices?
-   No hay ningún tesoro - declaró Cohen -. Me lo gasté todo en la bebida. Lo di todo. Lo perdí.
-   Debiste haber guardado algo para la vejez.
-   Jamás pensé que llegaría a la vejez.
-   Algún día morirás - dijo el caballo -. Podría ser hoy.
-   Ya lo sé, ¿Por qué crees que he venido aquí?
   El equino se giró y miró hacia el barranco. Allí, el camino era sinuoso y difícil de seguir. Unos árboles jóvenes se abrían paso entre las piedras. El bosque estaba apiñado a ambos lados. En unos años más, nadie sabría que allí había bajado un sendero. Por su aspecto tampoco lo sabía nadie ahora.
-   ¿Has venido aquí a morir?
-   No. Pero hay algo que siempre he querido hacer. Desde que era un muchacho.
-   ¿Ah, sí?
   Cohen intentó incorporarse. Los tendones lanzaron mensajes candentes por sus piernas.
-   Mi padre... - chilló. Luego recuperó el control -. Mi padre me dijo... - Pugnó por tomar aire.
-   Hijo... - trató de ayudarlo el caballo.
-  ¿Qué?
-   Hijo. Ningún padre llama a su chaval "hijo" a menos que esté a punto de impartirle algo de su sabiduría. Todo el mundo lo sabe.
-   Son mis recuerdos.
-   Perdón.
-   Me dijo: "Hijo...". Sí, vale. "Hijo, cuando venzas a un troll en combate singular, podrás hacer cualquier cosa".
   El caballo parpadeó. Luego volvió a examinar el sendero entre los árboles hasta la profundidad del barranco. Allí había un puente de piedra.
   Tuvo un horrible presentimiento.
   Pateó nerviosamente el suelo con los cascos.
-   Vamos hacia el Límite - insistió -. Es bonito y hace calor.
-   No.
-   ¿Qué ganamos matando a un troll? ¿Qué conseguirás con eso?
-   Un troll muerto. De eso se trata. En cualquier caso, no es necesario matarlo. Basta con vencerlo. Uno contra uno. Mano a... troll. Si no lo intento, mi padre se revolverá en su tumba.
-   Me dijiste que te expulsó de la tribu cuando tenías once años.
-   Lo mejor que pudo haber hecho jamás. Me enseñó a volar con las alas de otros. Ven aquí, ¿quieres?
   El caballo se puso a su lado. Cohen se agarró a la silla y se incorporó.
-   Y tú quieres luchar hoy contra un troll... - rezongó el equino.
   Cohen rebuscó en el saco y extrajo la bolsa de tabaco. El viento sacudió el papel de fumar mientras enrollaba un cigarrillo.
-   Eso es.
-   Y hemos hecho todo este camino para eso.
-   Teníamos que hacerlo - dijo Cohen -. ¿Cuándo fue la última vez que viste un puente con un troll debajo? Cuando yo era un chaval, los había a cientos. Ahora hay más trolls en las ciudades que en las montañas. La mayoría, gordos como cerdos. ¿Para qué combatimos en tantas guerras? Ahora... cruza ese puente.
   Era un puente solitario sobre un río poco profundo, espumoso y traicionero en un hondo valle. La clase de lugar donde uno se topa con...
   Una figura gris saltó sobre el parapeto y cayó con los pies separados frente al caballo. Blandía un garrote.
-   Está bien - gruñó.
-   Oh... - empezó el caballo.
   El troll parpadeó. Incluso los cielos fríos y nubosos del invierno reducían seriamente la conductividad del cerebro de silicona de un troll. Tardó todo este tiempo en darse cuenta de que no había nadie en la silla.
   Parpadeó de nuevo, porque sintió de pronto la punta de un cuchillo en el cogote.
-   Hola - saludó una voz junto a su oreja.
   El troll tragó saliva. Pero con mucho cuidado.
-   Mira, esto es una tradición, ¿vale? - dijo a la desesperada -. En un puente como éste, la gente tiene que esperar que aparezca un troll.
   "Por cierto - añadió, cuando otro pensamiento llegó a duras penas-, ¿cómo es que no te he oído acercarte?
-   Porque esto lo hago bien - repuso el viejo.
-   Eso es verdad - confirmó el rocín -. Se ha acercado sigilosamente a otros hombres más veces de las que tú has asustado a tus cenas.
   El troll se arriesgó a mirarlo de reojo.
-   ¡Por todos los demonios! - susurró -. Te crees que eres Cohen el Bárbaro, ¿no?
-   ¿Y tú qué crees? - dijo Cohen el Bárbaro.
-   Escucha - intervino el caballo -, si no se hubiese envuelto las rodillas con vendas, lo habrías descubierto por el crujir de sus huesos.
   El troll necesitó un cierto tiempo para entenderlo.
-  ¡Oh, vaya! - exclamó jadeante - ¡En mi puente! ¡Vaya!
-   ¿Qué? - preguntó Cohen.
   El troll se zafó de la presa y agitó las manos frenéticamente.
-   ¡Está bien! ¡Está bien! - gritó mientras Cohen avanzaba -. ¡Ya me tienes! ¡Ya me tines! ¡No voy a resistir! Sólo quiero llamar a mi familia, ¿de acuerdo? De lo contrario nadie me creerá. ¡Cohen el Bárbaro! ¡En mi puente!
   Su pecho, enorme y duro como una piedra, se hinchó aún más.
     - ¡Mi jodido cuñado siempre está fardando de su jodido puente de madera - añadió -, y mi mujer no sabe hablar de otra cosa . ¡Ja! Me gustaría verle la cara ahora... ¡Oh, no! ¿Qué vas a pensar de mí?
-   Buena pregunta - dijo Cohen.
   El troll soltó el garrote y estrechó la mano de Cohen.
-   Me llamo Mica - se presentó - ¡Qué gran honor! - se asomó al parapeto y vociféró -: ¡Berila! ¡Sube! ¡Y trae a los niños!
   Cuando se volvió hacia Cohen, el rostro del troll estaba resplandeciente de felicidad y orgullo.
-   Berila siempre dice que tendríamos que mudarnos, encontrar algo mejor; pero yo le contesto que este puente ha sido de nuestra familia durante generaciones. Siempre ha habido un troll bajo el Puente de la Muerte. Es la tradición.
   Una enorme mujer troll con dos niños a cuestas subió por la ribera arrastrando los pies, seguida de una fila de trolls más pequeños. Todos ellos se alinearon detrás de su padre y observaron a Cohen con grandes ojos.
-   Te presento a Berila - dijo el troll. Su mujer miró ceñuda a Cohen -. Y éste... - empujó hacia adelante a una copia más pequeña y enfurruñada de sí mismo - es mi chaval, Pedregal. Una lasca de la vieja roca. Será el que se encargue del puente cuando yo ya no esté, ¿verdad, Pedregal? ¡Mira, este señor es Cohen el Bárbaro! ¿Qué te parece, eh? ¡En nuestro puente! No sólo tenemos mercaderes ricos y fofos como tío Piritas - añadió el troll, hablando todavía su hijo pero mirando por el rabillo del ojo a su mujer-; tenemos héroes de verdad, como en los viejos tiempos.
-  ¿Es rico, éste? - preguntó.
-   El dinero no tiene nada que ver - contestó el troll.
-  ¿Vas a matar a papá? - inquirió Pedregal, suspicaz.
-   ¡Pues claro que sí! - afirmó Mica con severidad -. Es su trabajo. Y luego seré famoso y me mencionarán en canciones y en cuentos. Éste es Cohen el Bárbaro, ¿comprendes?, no un gilipollas del pueblo. Es un héroe famoso que ha hecho todo este viaje para vernos, así que mostradle más respeto.

Cohen el Bárbaro

   "Lo siento señor - se disculpó después ante Cohen-. Ya sabe cómo son los chicos de hoy.
   El caballo empezó a reírse con disimulo.
-   Bueno, escucha... - empezó Cohen.
-   Recuerdo que papá me contó cosas de usted cuando yo era un guijarrito - dijo Mica - "Monta sobre el mundo como un "closo", me decía.
   Se produjo un silencio. Cohen se preguntó que era un "closo" y sintió la pétrea mirada de Berila clavada en él.
-   No es más que un viejo - comentó ella -. No me parece un héroe. Si es tan bueno, ¿por qué no es rico?
-  Bueno, escucha...- intentó contestar Mica.
-  ¿Esto es lo que hemos estado esperando todos estos años? - lo interrumpió la troll-. ¿Por eso hemos estado bajo un puente con goteras? ¿Esperando a viejos con las piernas vendadas? ¡Tendría que haberle hecho caso a mi madre! ¿Y ahora quieres que deje a mi hijo quedarse sentado bajo el puente esperando que venga otro viejo a matarlo? ¿Esto es ser un troll? ¡Bueno, pues ni hablar!
-   ¿Quieres escucharme?
-   ¡Ja! ¡Piritas no tiene viejos! ¡Consigue mercaderes ricos y gordos!Es alguien. ¡Debiste haber ido con él cuando tuviste la ocasión!
-   ¡Antes comería gusanos!
-   ¿Gusanos, eh? ¿Desde cuándo podemos permitirnos comer gusanos?
-   ¿Podemos hablar en privado? - intervino Cohen.
   Echó a andar hacia el otro extremo del puente, haciendo oscilar la espada. El troll lo siguió, caminando sin hacer ruido.
   Cohen buscó la bolsa de tabaco. Miró al troll y sostuvo la bolsa en alto.
-   ¿Fumas?
-   Eso puede matarte - repuso el troll.
-   Sí. Pero no hoy.
-   ¡No te quedes todo el día charlando con tus amiguitos! - vociferó Berila desde su lado del puente -. ¡Hoy te toca ir al aserradero! ¡Ya sabes que Chert dijo que no podría guardarte el empleo si no te tomabas el trabajo en serio!
  Mica sonrió a Cohen con un gesto de disculpa.
-   Se preocupa mucho por mí - le explicó.
-   ¡No voy a recorrerme el río otra vez para sacarte del lío! - rugió Berila -. ¡Cuéntale lo de los machos cabríos, señor Gran Troll!
-   ¿Machos cabríos? - preguntó Cohen.
-   No sé nada de esos machos cabríos - dijo Mica -. Siempre está hablando de los machos cabríos, y yo no sé nada de ellos. - E hizo una mueca.
   Observaron cómo Berila se llevaba a los jóvenes trolls por la ribera hasta la oscuridad que se extendía bajo el puente.
-   La cuestión es que no pretendía matarte - declaró Cohen cuando se quedaron a solas.
   El troll quedó decepcionado.
-   ¿No?
-   Sólo quería tirarte desde el puente y robarte los tesoros que tuvieras.
-   ¿Sí?
   Cohen le dio unas palmadas en la espalda.
-   Además - añadió -, me gusta la gente con... buena memoria. Eso es lo que necesita el país: buena memoria.
-   Hago cuanto puedo, señor - repuso el troll, poniéndose firme - Mi chaval quiere ir a trabajar a la ciudad. Le he dicho que ha habido un troll bajo este puente durante casi quinientos años.
-   Así que, si me entregas tu tesoro, seguiré mi camino - prosiguió Cohen.
   El rostro del troll se crispó en un súbito ataque de pánico.
-   ¿Tesoro? No tengo ninguno.
-   ¡Oh, vamos! ¿Con un puente como el tuyo?
-   Sí, pero ya nadie baja por el sendero - dijo Mica -. La verdad es que has sido el primero en varios meses. Berila dice que tendría que haberme ido con su hermano cuando construyeron la nueva vereda por su puente, pero - levantó la voz - yo dije: ha habido trolls bajo este puente...
-   Ya, ya - lo cortó Cohen.
-   El caso es que el puente se está cayendo - continuó el troll-. Y no tienes ni idea de lo que cobran los albañiles. ¡Serán cabritos enanos! No puede uno confiar en ellos. - Se inclinó hacia Cohen y agregó en tono confidencial - : Para ser franco, tengo que trabajar tres días a la semana en el aserradero de mi cuñado para llegar a fin de mes.
-   Creía que tu cuñado vivía bajo un puente.
-   Uno de ellos. Pero mi mujer tiene tantos hermanos como los perros tienen pulgas -explicó el troll, y miró hacia el torrente con desolación -. Uno de ellos es maderero en Aguas Agrias, otro tiene el puente y el tercero es un gordo comerciante en Pica Amarga. ¿Te parece un trabajo para un troll?
-  Pero uno está en el negocio de los puentes.
-   ¿El negocio de los puentes? ¿Sentado sobre una caja todo el día y haciendo pagar una pieza de plata a los viajeros que quieren cruzarlo? ¡La mitad del tiempo ni siquiera está en su sitio! Paga a un enano para que le haga de recaudador. ¡Y se llama troll! ¡No puedes distinguirlo de un humano a menos que lo mires de cerca!
   Cohen asintió, comprensivo.
-   ¿Sabes que tengo que ir a cenar con ellos cada semana? - prosiguió el troll -. ¿Con los tres? Y tener que escucharles que hay que adaptarse a los tiempos...
  " ¿Qué hay de malo en ser un troll bajo un puente? - agregó, mirando a Cohen-. Me crié para ser un troll bajo un puente, quiero que Pedregal sea un troll bajo un puente cuando yo ya no esté. ¿Qué hay de malo en eso? Si no, ¿qué sentido tiene todo? ¿Para qué vivimos?
   Se recostó en el parapeto con gesto abatido, mirando hacia las espesas aguas.
-   ¿Sabes? - dijo Cohen despacio -, recuerdo la época en que un hombre podía cabalgar desde aquí a las Montañas Afiladas y no ver ningún ser vivo. - Paseó los dedos por la espada y añadió -: Al menos, ninguno en un largo trecho.
   Tiró la colilla y continuó:
-   Ahora, todo son granjas. Pequeñas granjas dirigidas por gente pequeña. Y vallas por todas partes. Mires donde mires, verás granjas, vallas y gente pequeña.
-   Ella tiene razón - dijo el troll, continuando su conversación anterior -. No hay futuro en seguir saltando de debajo de un puente.
-   No tengo nada en contra las granjas, por supuesto - prosiguió Cohen -. Ni contra los granjeros. Tiene que haberlos. Lo malo es que antes estaban muy lejos, en los límites. Ahora, esto es el límite.
-   Siempres hacia atrás - declaró el troll-. Siempre cambiando. Como mi cuñado Chert. ¡Un aserradero! ¡Un troll dirigiendo un aserradero! ¡Y tendrías que ver el lío que está organizando con el bosque de las Sombras Cortadas!
   Cohen, sorprendido, levantó la mirada.
-   ¿Cuál, el de las arañas gigantes?
-   ¿Arañas? No hay arañas allí. Sólo tocones de árbol.
-   ¿Tocones? ¿Tocones? Me gustaba ese bosque. Era... bueno, era oscuro. Hoy en día ya no se encuentra un bosque sombrío. En un bosque com ése se sabía lo que era sentir terror.
-   ¿Quieres sombras? Lo está replantando con abetos rojos - dijo Mica.
-   ¡Abetos!
-   No es idea suya. No distingue un árbol de otro. Todo se le ocurrió a Arcilla. Él lo enredó.
   Cohen sintió un mareo.
-   ¿Y quién es Arcilla?
-   Te he dicho que tengo tres cuñados, ¿no? çEste es el comerciante. Dijo que si se replantaba, sería más fácil vender el terrreno.

   Se produjo una larga pausa mientras Cohen asimilaba la información.
-   No se puede vender el bosque de las Sombras Cortadas - dijo al fin -. No pertenece a nadie.
-   Así es. Dice que por eso puede venderle.
   Cohen descargó el puño sobre el parapeto. Una piedra se desprendió y cayó al barranco.
-   Perdón - se excusó.
-   No te preocupes. Ya te he dicho que se está cayendo a pedazos.
   Cohen se revolvió.
-   ¿Qué ocurre? Recuerdo todas las grandes guerras del pasado. ¿Tú no? Debiste luchar en ellas también.
-   Llevaba un garrote, sí.
-   Se suponía que todo era por un nuevo y brillante futuro basado en la ley y todo lo demás. Eso era lo que decía la gente.
-   Bueno, yo combatía porque un troll grandullón con un látigo me obligaba - dijo Mica con cautela -. Pero sé lo que quieres decir.
-   Quiero decri que no lo hicimos por los granjeros y los abetos rojos, ¿no?
-   Y aquí estoy yo reivindicando mi puente - filosofó Mica, con gesto abatido -. Y tú has hecho todo este camino...
-   Y había un rey o algo así - continuó Cohen vagamente, contemplando el agua -. Y creo que había hechiceros. Pero seguro que había un rey. Estoy casi seguro. Jamás lo conocí. ¿Sabes? - Sonrió al troll - No logro acordarme de su nombre. No creo que me lo dijeran.

   Una media hora después, el caballo de Cohen salió de los sombríos bosques a un páramo desolado y azotado por el viento. Siguió caminando con paso cansino por un tiempo hata que dijo:
-   Muy bien... ¿Cuánto le has dado?
-   Doce piezas de oro - contestó Cohen.
-   ¿Por qué le diste doce piezas de oro?
-   Sólo llevaba doce.
-   Debes de estar loco.
-   Cuando empecé con este negocio de ser bárbaro - dijo Cohen -, todos los puentes tenían un troll debajo. Y no se podía atravesar un bosque como el que acabamos de cruzar sin que una docena de trasgos intentase cortarte la cabeza. - Suspiró - Me pregunto qué ha sido de todos ellos.
-  Tú sabrás - insinuó el caballo.
-   Bueno, vale. Pero siempre creí que habría más. Siempre pensé que babría nuevos límites.
-   ¿Cuántos años tienes?
-   Ni idea.
-   Entonces eres lo bastante viejo para no llamarte a engaño.
-   Sí, tienes razón.
   Cohen encendió otro cigarrillo y tosió hasta que se le humedecieron los ojos.
-   ¿Se te está ablandando el cerebro?
-   Sí.
-   ¡Darle hasta tu última moneda a un troll!
-   Sí - confirmó Cohen, y lanzó una voluta de humo al sol poniente.
-   ¿Por qué?
   Cohen contempló el cielo. El resplandor rojizo era frío como las laderas del infierno. Un viento helado cruzó la estepa y sacudió los restos de su melena.
-   Por la forma como deberían ser las cosas - respondió.
-   ¡Ja!
-   Por las cosas como fueron antes.
-   ¡Ja!
   Cohen agachó la cabeza. Y sonrió.
-  Y por tres direcciones. Algún día moriré - dijo -, pero creo que hoy, no.


   El vieno soplaba en las montañas y llenaba el aire de diminutos cristales de hielo. Hacía demasiado frío para nevar. Cuando el tiempo estaba así, los lobos bajaban a los pueblos y, en el corazón de los bosques, los árboles explotaban al congelarse. Pero cada vez quedaban menos lobos, y menos bosques.
   Cuando hacía un tiempo así, la gente sensata permanecía en sus casas, frente al hogar.
   Y se contaban historias sobre héroes.